¿Cuántas veces habrás dicho a lo largo de tu vida: “Mañana empiezo con mi dieta…” o “El lunes empiezo a ir al gimnasio”? ¿Cuántas veces hemos tratado de trazar una línea divisoria en el tiempo para diferenciar el momento en el que te no te cuidabas del aquel en el que te vas a empezar a cuidar? ¿Cuántas veces has imaginado ese momento como un cambio radical?
Es muy probable que hayan sido tantas esas veces como aquellas en las que no has conseguido ser constante con tus intenciones. Y es cometemos un fallo muy frecuente a la hora de introducir hábitos saludables en nuestra vida: los queremos hacer todos para ver cuanto antes los cambios. ¡Gran error!
La progresión nunca fue tan necesaria
Si eres aficionada al running, seguramente consideres que es de “sentido común” empezar a correr durante poco tiempo o distancias cortas. Hay quien incluso si nunca antes ha corrido, debería empezar caminando o alternando caminar y trote para que el cuerpo se vaya habituando a este tipo de ejercicios físico, ¿verdad? Porque nadie se mete en esto del running haciendo medias maratones en la calle, tú no deberias plantearte cambiar tu alimentación por completo un lunes cualquiera.
La mayoría de las dietas fracasan porque no tienen nada que ver con el tipo de alimentación que se llevaba antes de empezar con la dieta. En muchos casos, he visto personas que pretenden consumir alimentos que en realidad no les gusta, pero que están asociados a dietas de adelgazamiento como el brócoli o los copos de avena por citar algunos. ¿Qué sentido tiene?
Lo cierto es que ninguno. Una dieta debe verse como un estilo de alimentación a largo plazo y no como una suerte de “a ver cuánto dura”. Además de introducir los cambios de forma progresiva, he aquí 3 claves que considero necesarias y que me han servido a la hora de cambiar mi alimentación:
1. No elimines el azúcar de un día para otro: hoy en día nos estamos dando cuenta de que la grasa no es el enemigo número uno como nos hacían ver hace unos años. Ahora lo es el azúcar refinado y con razón, ya que cada vez son más los estudios que relacionan el consumo de azúcar no solo con la obesidad, sino también con enfemedades como la diabetes o las cardiovasculares. Frecuentemente escuchamos que elimines de tu dieta el azúcar de mesa y lo sustituyas por edulcorantes, pero no es tan fácil. Una persona que lleva años echándole dos cucharadas de azúcar al café o desayunando cereales verá este cambio como “algo deprimente”. Por eso, lo mejor es ir reduciendo las cucharadas de azúcar, empieza a echarle menos cereales a tu tasa y llena esa cantidad con frutas enteras que contienen fructosa y le darán sabor a tus desayunos. Reduciendo cada semana tu consumo, te encontrarás con un día en el que ya no adereces tus comidas con azúcar e incluso mejor aún: tu cuerpo rechace los alimentos azucarados.
2. Tu cuerpo tiene algo que decirte: muchas veces nos empeñamos en comer menos comida porque “suponemos” que así perderemos más peso, y la consecuencia es que pasamos hambre. No hay nada más horrible que tener hambre y encima de forma totalmente voluntaria. Puede ser contraproducente no darle a tu cuerpo los nutrientes que necesita para afrontar el día, así que escúchale y aliméntate tal y como te lo pide. Acude a un profesional si crees que padeces ansiedad o aumentas de peso de forma “descontrolada”, pero no realices cambios drásticos por tu cuenta. De la misma manera, tampoco te empeñes en consumir dos litros de agua diarios porque no está demostrado que esa cantidad es la que tu cuerpo necesita para mantenerse correctamente hidratado. Tal vez es más que eso, o tal vez menos. Tu propia sed es el mejor indicador de cuánto agua necesitas.
3. Sin caprichos no hay paraíso: cuando empezamos una dieta o introducimos los cambios para un estilo de vida saludable solemos estar como en “alerta” para no caer en la tentación, ni olvidarnos de cuál es nuestra meta. A veces llegamos a estar tan motivadas que rechazamos cualquier tipo de capricho, no vaya a ser que “empiece y no pare”. Pues bien, si tu cuerpo te pide una recompensa, dásela. No se trata de una noche loca de copas y snacks, o hacerte una tarta de chocolate para ti sola, algo con mesura y que de verdad disfrutes contribuye a que psicológicamente te sientas bien con tu andadura hacia un estilo de vida saludable.
Por último, no puedo obviar que para que un estilo de vida sea de verdad saludable, la actividad física ha de estar presente. A pesar de que nuestros cuerpos están hechos para moverse, cada vez tenemos trabajos más sedentarios y eso hay que arreglarlo. Haz un inversión para la salud de tu futuro con tu media hora de tu tiempo diario: sal a caminar, apúntate a clase de zumba, ballet o running. Cualquier deporte es bueno con tal de levantarse de la silla.